viernes, agosto 25, 2006

Arbóreos I. Del redactario ‘Los fantasmales’.


Ayer vi uno de los tantos pugnando por nacerle a un peral de entre la fronda. Se había abierto una rama, como una boca o una minúscula vagina, y asomaba una cabeza verde clara. Era de savia el sutil tejido que le cubría la piel, y como hiciera fuerza para salir al exterior, se desgarraba en partes. Detrás de esos desgarros, había un poco de piel y una resolana levísima y mojada, como la de los duraznos cuando amanece.
-Nazco- me dijo- no me veas.
Yo aparté la vista, un poco ruborizada de aquel parto. Eso no me impidió escuchar cómo la boca iba cicatrizando, cerrándose como un géiser húmedo y vaporoso. Desde la calle llegaba el ruido de los niños que le sacaban el papel celofán a los caramelos y a los conejos de chocolate. También comenzaba el ruido agrio de las langostas al devorarse las cosas, las ventanas de madera, las tisanas, las ratas tiernas que vivían en cuevas hondas, hondas. Entonces todos sucumbíamos por un rato al pavor y al desconcierto. Sólo un rato.
Para el fantasmal recién nacido, el mundo era novísimo, y le provocaban terror todos esos olores juntos, todos esos sonidos, y se apretaba fuerte, con todo el cuerpo recién inaugurado, a su madre, pero a ésta ya las heridas le habían cicatrizado y lo rechazaba no sin cierta ternura. Sin embargo, y como lo viera indefenso, segregaba unas savias prístinas, de donde el fantasmal comenzó a beber, pegado al tronco, recogiendo la leche ambarina con lengua ávida.

Nota: La imagen pertenece a Szincza Szincza.



1 comentario:

Anónimo dijo...

muy hermético para mi pobre inteligencia, licenciada.