sábado, marzo 24, 2007

La memoria oscura II.



Los regímenes totalitarios del siglo XX han revelado la existencia de un peligro antes insospechado: la supresión de la memoria. Y no es que la ignorancia no pertenezca a cualquier tiempo, al igual que la destrucción sistemática de documentos y monumentos: se sabe, por utilizar un ejemplo alejado de nosotros en el tiempo y el espacio, que el emperador azteca Itzcoatl, a principios del siglo XV, había ordenado la destrucción de todas las estelas y de todos los libros para poder recomponer la tradición a su manera; un siglo después, los conquistadores españoles se dedicaron a su vez a retirar y quemar todos los vestigios que testimoniasen la antigua grandeza de los vencidos. Sin embargo, al no ser totalitarios, tales regímenes sólo eran hostiles a los sedimentos oficiales de la memoria, permitiendo a ésta su supervivencia bajo otras formas; por ejemplo, los relatos orales o la poesía. Tras comprender que la conquista de las tierras y de los hombres pasaba por la conquista de la información y la comunicación, las tiranías del siglo XX han sistematizado su apropiación de la memoria y han aspirado a controlarla hasta en sus rincones más recónditos. Estas tentativas han fracasado en ocasiones, pero es verdad que, en otros casos (que por definición somos incapaces de enumerar), los vestigios del pasado han sido eliminados con éxito.
Los ejemplos de una apropiación menos perfecta de la memoria son innumerables, aunque conocidos. “Toda la historia del Reich milenario puede ser releída como una guerra contra la memoria”, escribe con razón Primo Levi, pero podríamos decir otro tanto de la URSS o de la China comunista. Las huellas de lo que ha existido son o bien suprimidas, o bien maquilladas y transformadas; las mentiras y las invenciones ocupan el lugar de la realidad; se prohíbe la búsqueda y difusión de la verdad; cualquier medio es bueno para lograr este objetivo. Los cadáveres de los campos de concentración son exhumados para quemarlos y dispersar luego las cenizas; las fotografías, que supuestamente revelan la verdad, son hábilmente manipuladas a fin de evitar recuerdos molestos; la Historia se rescribe con cada cambio del cuadro dirigente y se pide a los lectores de la enciclopedia que eliminen por sí mismos aquellas páginas convertidas en indeseables. Se cuenta que en las islas Solovetskiye se acababa a tiros con las gaviotas para que no pudiesen llevar consigo los mensajes de los prisioneros. La necesaria ocultación de actos que, sin embargo, se consideran esenciales conduce a posiciones paradójicas, como aquélla que se resume en la célebre frase de Himmler a propósito de la “solución final”: “Es una página gloriosa de nuestra historia que nunca ha sido escrita y que jamás lo será”.
Debido a que los regímenes totalitarios conciben el control de la información como una prioridad, sus enemigos, a su vez, se emplean a fondo para llevar esa política al fracaso. El conocimiento, la comprensión del régimen totalitario, y más concretamente de su institución más radical, los campos, es en primer lugar un modo de supervivencia para los prisioneros. Pero hay más: informar al mundo sobre los campos es la mejor manera de combatirlos; lograr ese objetivo no tiene precio. Sin duda ésa fue la razón por la que los condenados a trabajos forzados en Siberia se cortaban un dedo y lo ataban a uno de los troncos de árbol que flotaban por el curso del río; mejor que una botella arrojada al mar, el dedo indicaba a quien lo descubría qué clase de leñador había talado el árbol. La difusión de la información permite salvar vidas humanas: la deportación de los judíos de Hungría cesó porque Vrba y Wetzler consiguieron escapar de Auschwitz y pudieron informar sobre lo que estaba pasando. Los riesgos de una actividad semejante no son en modo alguno desdeñables: a causa de su testimonio, Anatoly Martchenko, un veterano del Gulag, regresó al campo, donde encontraría la muerte.
Desde entonces se puede comprender fácilmente por qué la memoria se ha visto revestida de tanto prestigio a ojos de todos los enemigos del totalitarismo, por qué todo acto de reminiscencia, por humilde que fuese, ha sido asociado con la resistencia antitotalitaria (antes de que una organización antisemita se apropiara de ella, la palabra rusa pamjat, memoria, servía de título a una notable serie publicada en samizdat: la reconstrucción del pasado ya era percibida como un acto de oposición al poder). Tal vez, bajo la influencia de algunos escritores de talento que han vivido en países totalitarios, el aprecio por la memoria y la recriminación del olvido se han extendido estos últimos años más allá de su contexto original. Hoy en día se oye a menudo criticar a las democracias liberales de Europa occidental o de Norteamérica, reprochando su contribución al deterioro de la memoria, al reinado del olvido. Arrojados a un consumo cada vez más rápido de información, nos inclinaríamos a prescindir de ésta de manera no menos acelerada; separados de nuestras tradiciones, embrutecidos por las exigencias de una sociedad del ocio y desprovistos de curiosidad espiritual así como de familiaridad con las grandes obras del pasado, estaríamos condenados a festejar alegremente el olvido y a contentarnos con los vanos placeres del instante. En tal caso, la memoria estaría amenazada, ya no por la supresión de la información sino por su sobreabundancia. Por tanto, con menor brutalidad pero más eficacia – en vez de fortalecerse nuestra resistencia, seríamos meros agentes que contribuyen a acrecentar el olvido-, los Estados democráticos conducirían a la población al mismo destino que los regímenes totalitarios, es decir, al reino de la barbarie.

Fragmento extraído del libro 'Los abusos de la memoria', de Tzvetan Todorov.

viernes, marzo 23, 2007

Antígona.

Baja la voz, Ismene, que amanece.

Ambas sabemos lo que significa:
yo saldré de esta casa en ruinas,
descalza,
con el mustio seno trasluciéndose
a través de la negra túnica;
Saldré pisando los tiernos caracoles de la huerta,
el espectro gravoso de los guardias,
la maleza atónita de los jardines.

Saldré, de cualquier modo, a hacer lo mío:
apartar los cuervos,
enterrar a los hombres,
ahorcarme con el lazo de la cintura
que, de tan usado,
no asegura la muerte de nadie.

Ya no es, hermana, adolescente mi carne,
y no es, mi temperamento, tan dócil,
ni Hemón tan hermoso,
ni la línea de las tragedias tan puras.

Es ésta una farsa repetida hasta el asco,
un carrusel de los parques fantasmas.
Le regalo a otra, Ismene,
éste papel gastado.

Nota: La imagen pertenece a Tuktu Tokolq.

jueves, marzo 22, 2007

martes, marzo 20, 2007

Incomodidad.


Esta mañana soy apenas
un muñón incómodo que dibuja
ideogramas en los ojos de los muertos,
un pedazo de memoria
para los que se van de mi casa o de mi carne,
remontando el hueco por donde yo también
quisiera escaparme,
dejando, en la tierra,
la huella de las uñas.

Hay veces en que la salvación
comienza por la huída.

No lo digo por mí, lo digo
por la que fui y quisiera haber sido
desde la costura explícita de la cesárea
ese primer y violento desarraigo,
ese primer desraízamiento, soledad,
que mutó en grito, en asombro, luego,
en cansancio, ahora,
o estupor.

Este asombro o sueño
que no me deja abrir los ojos.
Esta esperanza de haberme perdido
y volverme a encontrar,
cada vez más
insoportablemente nítida.

Dedicado a J., que de cualquier forma, no lo va a leer.

domingo, marzo 11, 2007

La Pomeña (Suna Rocha-Vitale)


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Eulogia Tapia, en la poma,
al aire da su ternura,
si pasa sobre la arena,
y va pisando la luna.
Si pasa sobre la arena,
y va pisando la luna.

El trigo que va cortando,
madura por su cintura.
Mirando flores de alfalfa,
sus ojos negros se azulan.
Mirando flores de alfalfa,
sus ojos negros se azulan.

El sauce de tu casa,
te está llorando
porque te roban, Eulogia,
carnavaleando.
Porque te roban, Eulogia,
carnavaleando...

La cara se le enharina,
la sombra se le enarena,
cantando y desencantando,
se le entreveran las penas.
Cantando y desencantando,
se le entreveran las penas.

Viene en un caballo blanco,
la caja en sus manos tiembla,
y cuando se hunde en la noche,
es una dalia morena.
Y cuando se hunde en la noche,
es una dalia morena.

El sauce de tu casa, está llorando
porque te roban, Eulogia,
carnavaleando...
Porque te roban, Eulogia,
carnavaleando...

Letra: Manuel J. Castilla
Musica: Gustavo "Cuchi" Leguizamón

sábado, marzo 10, 2007

Lista de pasajeros.

Un hombre que dice: -Quiero ver tus piernas en las alturas de Huangshan. Y agrega: - Nitia, ahora también.
Una mujer que se apoya en la ventana, piensa con detenimiento en la palabra ‘pentagrama’ y comienza una carta. ‘:... éste barco no es grande ni pequeño y se balancea en el mar como ese pez que imaginábamos en el dulce Xanaes....’
Tres hijos de mi vecino, que esperan la declinación del sol, todas las tardes, sobre el barandal del barco.
El caballo blanco con su correspondiente dueño, fiel, atado con un lazo.
Las bailarinas del Club Judío, visiblemente confundidas con el mar verde,
por sus vestidos verdes,
por los verdes ojos,
por esa reminiscencia de la nostalgia con que caminan,
apagadas como las luminarias de la Plaza Italia.
Los hiperconcientes.
Los desesperados.
Los luminosos.
Un hombre que ha tirado al agua todos los libros de Hemingway que llevaba consigo.
Otro, que mira de lejos pero en forma evidente, a la pareja que acaba de sentarse a la mesa. O quizá mire solamente a la mujer, transparente bajo el sol del mediodía.
María, que espera naufragar. Y un desconocido, que espera naufragar con ella.
Unos tigres, enloquecidos por el mareo y el olor a carne que emanan los camarotes.
El insomne que mira las fosforescencias nocturnas, a nivel del agua.
El capitán, que ha olvidado que es capitán, y pregunta qué es esa nave que se desliza sedosamente.
La muerta para quien el trayecto no significa ninguna aventura.
Los que reverencian a la dama de negro.
Los que suben en un puerto y, aterrorizados, se lanzan a los verdosos mares de algas, por temor al Holandés Errante.
Los ladrones de joyas.
Los traficantes de café y orquídeas.
Los temblorosos, que se masturban viendo a las putas nómades cuando se bañan.
Aquellos tres perros afganos, que lloran en sus insomnios de alta mar.
Una sirena, de curvas euclideanas, que se disputa los restos de comida con las gaviotas.
Los polizontes que a las tardes sueñan con Sumatra.
Los peligrosos contra sí mismos.
Los que encienden fogatas para ser salvados por el barco que navega en las aguas de arriba.
Los que creen.
Los que comienzan a morirse de amor sin saberlo.
Yo misma.


Nota: La imagen pertenece a Siri Simonsen.

Maternales.


Mi madre, la Esquiva, la Lejana,
la perra blanca con sus tetas de leche,
con sus dulces venas azules agigantándose en la noche de la fiebre,
trepando las paredes para chupar mis sombras,
con su hermoso pico rosa, con todos sus brazos.
Mi madre tiene saudade de las ciudades que ha dejado atrás,
de donde le viene el cabello negro, suoi occhi de guerra.
Viene levantándose desde el poniente,
una Galatea de las esferas, que rueda sobre el mundo,
que lo impregna brevemente de sus perfumes,
y desde entonces, nada existe, sino su raza mezcla de bestia e inglés,
nada, sino sus cacerolas trashumantes, sus estropajos,
las vendas con nuestras sangres que guarda como sudarios.
¿Será ella, ese violento olor a almizcle que anuncia la mañana?
¿Dónde se anuncia su heredad en mi cuerpo?
Y a partir de la pregunta, aparecen las cicatrices, las alas,
la sal bajo la lengua, ese como a olor a humo y a calandria,
y todo el resto, todo, como una triste Barataria de sueños.
Nota: La imagen pertenece a James Wages.

lunes, marzo 05, 2007

El paraíso de la desmemoria.


Olvidante y Olvidanta hacían el amor.
Se conocían de noche en el Bar del loco Ávila, Yapeyú al 200.
Ella pasaba con una bolsa de mercadería. De papel, la bolsa, porque ella creía en la ecología.
Adentro de la bolsa, había una caja de leche, unas verduras, media docena de huevos de campo.
Él salía del trabajo a eso de las ocho de la noche, y se volvía caminando por San Martín, que era la calle principal porque le gustaba aspirar el olor de los autos, de los zapatos nuevos que se exponían en la vidriera, del café torrado del Bar Victoria.
A eso de las 8 y 12, se cruzaban.
Olvidante veía venir caminando a Olvidanta, y pensaba: ‘qué hermosa señora’, ‘qué contoneo’, ‘qué par de ojos húmedos’, ‘qué hermoso pendiente’.
Olvidanta veía la mirada, que bajaba, que buscaba, que la apretaba, se le aflojaban un poco las rodillas, un poco la cintura y allá iba, de bruces al suelo.
Olvidante iba corriendo hacia ella, la levantaba, le sacudía las hojas, le ayudaba a recoger la comida y despacito, le preguntaba cerca de la oreja: - ¿Me acompaña a tomar un café?-
-Claro- respondía ella, melindrosa, acelerada, semidesvanecida.
Cuando los veía entrar, el loco Ávila les ponía dos cortados sobre la mesa, dos copas de soda, cuatro sobres de azúcar, y bajaba la luz.
Olvidante y Olvidanta se tomaban los cortados, se hablaban de sus vidas, de sus mascotas, de una tía muerta, de la enfermedad del reuma. Y a medida que la noche avanzaba, les iban entrando ganas de darse un beso en el cuello, de recorrer con la punta de la lengua el seno que se adivinaba bajo la blusa verde, de hacerle un caminito con el dedo por la espalda, contando lunares y cicatrices viejas.
Entonces se lo preguntaban: ¿Vamos a un hotel?
A la mañana siguiente, amanecían en sus camas, solos, un poco aturdidos, felices, sin recordar demasiado nada. Un cosquilleo, una sensación, una caricia que bien podría haberle sucedido a otro, un sueño efímero que no terminaba de armarse, al cual le faltaban caras, un tobillo, olores, carne, materia.
A las 8 de la noche, él salía del trabajo. Ella venía caminando con su bolsa de huevos, berenjenas, apios.
Olvidante veía a Olvidanta, y pensaba lo mismo de lo mismo, y a ella se le aflojaban las piernas y un poco la cintura. Tomaban sus cafés, hacía el amor, se olvidaban de todo.
El eterno retorno.
El mínimo infierno de la desmemoria. O el perdido paraíso.


Nota: La imagen pertenece a Mg Lizi.

domingo, marzo 04, 2007

Ofelia.


"Esta ofelia no es la prisionera de su propia voluntad
ella sigue a su cuerpo
espléndido como un golpe de vino en medio de los hombres
su cuerpo estilo renacimiento lleno de sol de Italia pasa por buenos aires
ofelia yo en tus pechos fundaría ciudades y ciudades de besos
hermosas libres con su sombra a repartir con los amantes mundiales
ofelia por tus pechos pasa como un temblor de caballadas a medianoche por Florencia
tus pechos altos duros come il palazzo vecchio
una tarde de verano de 1957
iba yo rodeado de tus pechos sin saberlo
era igual la delicia la turbación el miedo
las sombras empezaban a andar por las callejas con un olor desconocido
algo como tus pechos después de haber amado
eras oscura ofelia para entonces y enormemente triste
una adivinación una catástrofe
un oleaje de olvido después de la ternura
una especie de culpa sin castigo
de furia en paz con su gran guerra
andabas por Florencia con tus pechos yendo y viniendo por las sombras
con saudade de mí seguramente
tu hombro izquierdo digamos
lloraba a tus espaldas o largaba sus ansias lentas en el crepúsculo y ellas venían a mi
sangre
o eran un temblor como un presagio
gracias te sean dadas ojos míos
yo les beso las manos bésoles muy los pies
gracias narices muchas gracias oídos con que escucho los ruidos
de la ofelia
antes apenas era una ciudad de Italia
sus tiros me llenaban de otra desgracia el corazón. "