No puedo elaborar el grito
del desgarro diario.
No puedo prometerme nada.
No quiero una esperanza.
Estoy frágil y silenciosa
como nunca estuve,
de frente al espejo de mi propio espanto:
así me he puesto siempre.
Nunca me perdono, nunca
pienso en el dolor sutil. Le ofrezco
mi cuello a la bestia que quiera
y luego espero su saciedad,
su retirada.
Si me deja una ausencia,
un hueco incontenible, prefiero creer
que de mí ha comido la materia sombría:
que salgo rota
pero más pura.
Yo quisiera ser como un agua bíblica,
que al estirar la mano los hombres encuentren
su propia redención.
Pero sé que sólo conduzco
a un paraíso desmañado y salvaje,
donde el corazón que tengo
se agita
y retoza,
como un niño apedreado,
como un animal en celo,
atado y mustio.
Nota: La imagen pertenece a Sarah Kane.