martes, diciembre 12, 2006

Fuime.



Bueno, gente. Les escribo por tres razones:
1- Esto es lo que se supone que será mi último posteo (o hasta quién sabe dónde o quién sabe cuándo). Las razones son que me mudo dentro de poco a otra casa, a otro barrio, a otra gente, a otra vida, y asumo que no vamos a tener internet, no al menos en forma inmediata, tampoco sé si me resulte muy grata la idea de volver a tener esta cosa, aunque en ocasiones es útil. Así que por cualquier cosa, me van a encontrar en mi correo normal:
m_e_annibali@hotmail.com.
2- Agradezco a las personas que han pasado para leer, para compartir, para putear, para hacer buenas críticas, para los que simplemente han venido a hacer nada, a los que llegaron por equivocación, y por equivocación se quedaron. (a Martín, Alejo, Marta, René, Jorge, Pablo, Gilda, Kabir, Gabriel, Maxi, Sara, David, Javier y a los demás abrazo grande)
3- Por último, resta hacerles una invitación para los que anden por Córdoba el Jueves, en la Facultad de Filosofía se presenta la Revista Escribas, a las 18 hs. Parece que se publican unas obritas mías que el año pasado ganaron el premio ‘Letras 2005’. Y eso es todo.
Nada es lo mismo
La lágrima fue dicha.
Olvidemos
el llanto
empecemos de nuevo,
con paciencia,
observando a las cosas
hasta hallar la menuda diferencia
que las separa
de su entidad de ayer
y que define
el transcurso del tiempo y su eficacia.

¿A qué llorar
por el caído fruto,
por el fracaso
de ese deseo hondo,
compacto como un grano de simiente?

No es bueno repetir lo que está dicho.
Después de haber hablado,
de haber vertido lágrimas,
silencio y sonreíd:

nada es lo mismo.
Habrá palabras nuevas para la nueva historia
y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde.
(Angel González)
La Che Madame, agradecida:)

jueves, diciembre 07, 2006

Dos hermosas animalas poéticas (Joplin-Pizarnik)


a cantar dulce y a morirse luego.
no:
a ladrar.

Así como duerme la gitana de Rousseau,
así cantás, más las lecciones de terror.

hay que llorar hasta romperse
para crear o decir una pequeña canción,
gritar tanto para cubrir los agujeros de la ausencia
eso hiciste vos, eso yo.
Me pregunto si eso no aumentó el error.

hiciste bien en morir,
por eso te hablo,
por eso me confío a una niña monstruo.
(Alejandra Pizarnik)

martes, diciembre 05, 2006

Ad infinitum (Primera parte)



Dijo su nombre cuando los indios cruzaban la sierra llevando albos corderos en la espalda, para ser sacrificados.
Lo dijo cuando bajaban, cuando ya fueron una idea en medio del valle.
Cuando se imaginó cómo llorarían los animales la ausencia –la muerte- de los que aman.
Dijo su nombre cuando supo que el vocablo hu'~u significa suavidad en quechua, sonido que recuerda al viento al pasar por las bocas de la caña de azúcar, sonido que también recuerda la soledad, que también recuerda la dulzura, y los nacimientos de las cosas tibias.
Dijo su nombre al promediar Octubre, y era natural que lo dijera entonces, pues en muchos lugares de la ciudad brotaban los duraznos, las manchas de aceite en el asfalto se expandían, algunas piscinas abandonadas comenzaban a tener verdín.
Dijo su nombre muchas veces en una sola noche, cuando su casa se llenó de fantasmas y todo estaba demasiado lejos, hasta su vaso de agua y sus pastillas de insomnio.
También cuando amaneció lo dijo, porque las mujeres taconeaban en las calles pegadas a unos hombres somnolientos, que olían a cigarrillo, a flores, a perfumes pesados.
Dijo su nombre porque poetizar era imposible en el edificio lleno de cañerías, de puertas, de muebles que se corrían, de niños que se arrojaban por las barandillas de las escaleras, de los insectos brillantes que caminaban en celo. Todo eso trastornaba el silencio, y le era imposible escribir, pensar, nombrar otra cosa.
Dijo su nombre porque estaba triste. O porque era triste. O porque lo triste era su nombre, las letras que caían de a pedazos, como por un tobogán, en esa lengua humedecida y rosa.
Dijo su nombre porque en parte había olvidado a sus muertos, o porque sus muertos en realidad no existían, sino que el fuego de una sola existencia golpeaba como golpearían los pájaros las cabinas de los aviones.
Lo dijo porque su cuerpo era el poema. Era el delito. Y a veces sólo era el cuerpo.

Nota: La imagen pertenece a Francesco Marmo.