miércoles, noviembre 29, 2006

La otra.


Esperá adentro, serpiente mía.
Esperá, que sabemos que la muerte viene,
con sed de nosotras,
con hambre de nosotras,
con un amor de locos

Sé que te abrasan la boca los chispazos,
que te envenena ser mi oscuro retoño,
la que espera dentro en mitad de la ceguera,
callada.

Sé que te hierve ser siempre la otra,
la postergada media parte de mi toda sangre,
que no puedo parir,
que no puedo nada,
y me envenenás,
me vas pudriendo el hueco de luz
en el que mi ternura abreva.

A veces somos la otra,
la que tiene la boca cosida,
y nos vamos royendo las costillas como perras,
ignorantes de este mutuo suicido,
descorazonadas,
confundidas.

domingo, noviembre 26, 2006

Poemario 'Unidad de lugar'


1-
El silencio me ahorca.
Tiene una cuerda tensa por donde levitan las hormigas.
Vos, al otro extremo de mi garganta,
tensando la soga según la abertura de mi boca.
2-
Instrucciones para suicidarse:
Pinte una mujer así de grave,
así de puta, así de etérea.
Enséñele a gritar, a decir barbaridades,
a usar rouge y comer manzanas.
Queme el cuadro en el patio,
donde a veces bajan algunos ángeles,
ahí, junto al limonero.
3-
El pueblo, sabemos, se magnifica por la tarde, con ese color a venganza.
Es la hora en que los caballos explotan en las plazas,
cuando muerden, cuando se inseminan, cuando se expanden.
Se dan de bruces contra las puertas cerradas,
juegan el juego inmenso, infinito y circular de perseguirse
y de arrancarle los huevos azules a las urracas,
con un gemido que las confunde.
El pueblo tiene un corazón de caballos.
4-
Están los niños del hambre por la segunda avenida.
Son un suspiro, un debilitamiento,
son casi un par de ojos bebiendo del pezón del aire.
5-
¿Dónde ocurrió el primer blanco?
-Aquí- dice Juana, y muestra sus pechos.
6-
En la caramelería se tiene sexo bestial.
Sobre las mesas, embebidos en melaza y celofán,
los hombres acostumbran a gemir.
Las mariposas chillan y les arrebatan el sudor de la entrepierna.
Allí nunca hay suficiente aire para nadie.
7-
Han pisoteado tantas amapolas, y tantos gladiolos, y tantas, tantas rosas
que todos dicen: -Aquí ha muerto un pedazo de Dios.
8-
No tengo más palabras.
No tengo más deseos.
Tengo sólo este muñón sangrante que gotea,
y gotea,
y gotea,
sobre el papel blanco.
(Algún día, la biblioteca que escribo, se acabará)
9-
Esto es un sueño:
En el mismo recinto, me persiguen las abejas,
en vuelo circular y atenazante.
Esta zona tiene esa fauna infernal,
breve, díscola, dorada, musical.
No soy Francesa da Rímini,
pero no estoy exenta de la lujuria.
10-
Cruzo la puerta.
Desciendo un círculo.
Observo el cuerpo elevado de las flores matinales:
como con cintura de mujer y lazos,
como con algunas invisibilidades masculinas
haciéndoles estremecer los tallos.
11-
Hacia abajo, los cerdos.
Son los potreros inundados,
los charcos florecidos de moscas verdes,
el revolcódromo de la carne fofa
que
cae
con sus dientes sobre las raíces de las magnolias
y unos cuantos gusanos deliciosos.
12-
El agujero de la bala en la cabeza del suicida
es un espacio atroz y maravilloso.
Por ese túnel desciende la luz del mediodía
y los pájaros le anidan,
como sin vértigo,
casi desabismados,
entre el ojo izquierdo que está cerrado
y el ojo derecho que apunta a la mujer desnuda.
13-
Entre aquella estatua y la fuente,
un diablo blanco y fugaz cruza llevando a un niño en brazos.
Lo amamanta con lúgubres delicias,
y luego lo lleva a su nido y le habla del Mal.
(De los hombres murmura cosas con pena y vergüenza)
14-
La lluvia crea zanjas de ausencia, en la zona.
Quien se cae allí, muere.
Quien se cae allí, florece a la primavera siguiente.
Silban, las almas encajonadas,
o se reconocen en el murmullo del viento.
Mandan grillos con mensajes crípticos, en ocasiones, veraces.
Por eso es tan triste la lluvia,
por eso es tan fuerte el llanto de las madres que pierden a los niños,
en los campos llenos de barro y corderos.
15-
"Rainer, quiero encontrarme contigo [...], quiero dormir junto a ti, adormecerme y dormir [...] Simplemente dormir. Y nada más. No, algo más: hundir la cabeza en tu hombro izquierdo y abandonar mi mano sobre tu hombro izquierdo, y nada más. No, algo más: aun en el sueño más profundo, saber que eres tú. Y más aún: oír el sonido de tu corazón. Y besarlo".
(Carta de Marina Tsvetaeva a Rainer M. Rilke)

- Marina, ¿qué buscas aquí?-
- Busco –me dijo- el hombro izquierdo de Rainer.
- Vino la Venus de Milo, tan rodeada de flores, y de gaviotas,
y se lo llevó para sí.
Pero te dejó su corazón, el corazón de Rainer.
- Solo buscaba su hombro, el izquierdo.
El corazón de los hombres no me sirve ya para nada.
- Eso es una verdad tan redonda como tus ojos.
Y el doble de clara.
Y absoluta.
16-
No he visto un automóvil en años.
La ruta se ha secado de pronto, un buen día,
como a las cinco y media de la tarde.
El último cacharro, rojo, detenido en el tiempo,
sirve para que las larvas de las mariposas retocen.
Algunas son peludas y ambiguas.
otras pálidas y finas,
como un retrato de Erzsébeth Bathory.
En el reverso de las alas, sin embargo,
tienen dibujos sacros,
y cantan melodías aprendidas en los barrios bajos,
al amparo de las lámparas de aceite.
17-
Salvo por la hidra que emerge por las noches,
los adolescentes consiguen amarse en el lago.
Y se preñan de pequeños dragones transparentes.
Y se preñan de niños con ojos espejados en el agua.
Otros hombres paren mujeres con cinturas de Afrodita.
En el agua quedan flotando sus transparencias,
algunas venas azules,
un sabor a castidad perdida y ultrajada.
El pueblo bebe un cáliz de alucinaciones medioevales.
18-
¡Cuánta beldad gris y eléctrica nos deparan las antenas!
Por la noche, disparan unos rayos azulinos,
cuando las palomas no alcanzan a predecirlas,
y se desploman, calcinadas y amargas,
sobre la calle.
Los ojos secos, son círculos concéntricos,
donde se adivina el camino hacia el Infierno.
19-
Una sola vez al año, se incendian las iglesias.
Se limpian de nidos, de aureolas, de oro,
de peregrinos, de jaulas con santos olorosos a nardo.
Algún Cristo embrutecido por las crucifixiones,
comienza a perseguir a las vírgenes griegas,
para hacerlas levitar en un acto inacabable y místico.
De la sombra de las alas, les acomete una luz impredecible.
Ellas temen y gozan y rasguñan los pilares de agua bendita.
Cuando comienza a abrírseles una brecha de cielo,
gritan de un placer desconocido en sus lenguas paganas.
No dan tiempo a que se abran las flores:
se elevan con las manos muy abiertas,
flotan estremecidas, impúdicas.
Comienzan a ponerse la piel de una eternidad salvaje y rigurosa.
20-
En la ferocidad de las músicas, todos participan:
cristales rotos,
relojerías infinitas,
cajas musicales,
niños agitando las cadenas
que los sostienen, intactos, a los pechos de sus madres,
breves ebulliciones de los caldos hirviendo,
partos con melopeyas de nacimiento,
sandías rajándose como corazones,
el ruido terso y sedoso de un himen,
las azadas,
los insectos sobre sí, y sobre las mazorcas,
fantasmas acuñados en las casas viejas,
monedas, timbres, ventanas.
21-
Soy un hospital blanco, y a veces, una alberca,
donde van a recalar los nombres de los hombres que mueren.
Amé a dos o tres de ellos.
Los amé por los cabellos,
por las hendiduras atónitas de sus ombligos
(por donde vuelven algún día a la mujer primera)
los amé por los ojos que serán habitaciones de gusanos,
los amé de a partes, fragmentándolos,
de a pedazos, como se come,
porque no me cabían en la boca.
Los amé con respiración de venganza y de locura,
quise escalarlos, manosearlos, prenderles fuego,
pero la noche es la noche, siempre es la noche,
y un día llega,
y los muere, a todos, a todos ellos,
y los muere inevitablemente,
aunque yo, en locuras de no-madre,
los vuelva al útero y los embellezca de ojos nuevos y lúcidos.
22-
En los campos arados, los monstruos capitales siembran.
Les brota arroz, y unas sementeras largas y emplumadas,
que se elevan confundiéndose,
adhiriéndose en hermandades dulces y desalineadas,
a los tobillos de los paseantes.
Entonces van los monstruos capitales y les arrancan la piel a las uvas,
y les hacen cosquillas en las raíces, con los dedos,
para que ofrezcan jugos serenísimos,
de esos que se cristalizan en el corazón,
y se evaporan, luego,
cuando se abren los dientes para besar.
23-
Algunas niñas van a la escuela con trenzas de agua y mazapán.
Son gráciles como un Paraíso en construcción,
y se doran al sol como pequeños lagartos dorados.
Desde las ventanas, en las siestas de coser y bordar,
se descuelgan como enredaderas.
Desde atrás de los árboles, los diablos infantes, esperan:
ellas van hasta ellos, les peinan las alas,
les tocan, riendo, el nacimiento de las pezuñas,
y se dejan atrapar y morder en las espaldas.
Cuando cesan las tardes, y encuentran sus reflejos sudorosos y casi inmorales,
vuelven a sus hábitos, esconden las mordidas con vestidos vaporosos,
estudian las tablas del uno al diez,
y lanzan a sus madres miradas de candor y virginidades tranquilas.
24-
En ocasiones, nos acontece el silencio.
Amanecemos con las bocas cosidas,
y nos acomete una turbia desesperanza de animal,
un inesperado miedo a la muerte sin gritos.
25-
De las partes celestiales, se puede decir esto:
el amor es un trastorno, un atrevimiento
y cuando amo, digo que me gustan los ángeles redondos con culos de pera,
tensos, contra la luz y el aire, como una bola de estambre,
preguntando cuándo mutará nuevamente, la zona,
y barrerá con ellos,
hacia lugares salvajes,
y se llevará sus iridiscencias,
sus castidades,
la grácil forma de mirar,
ese perfume a desamparo que suelen dejar en los rincones.
26-
Los hombres traen sus circos,
los clavan en la tierra negra,
piden agua, piden carbón, piden pan para sus bocas desdentadas,
piden talco para las manos de los trapecistas,
(los animales se devoran, uno a uno, con placer,
en las jaulas)
piden a gritos que se los escuche, que se los mire con detenimiento y ardor,
(el oso abre la jaula,
el león abre la jaula,
nadie los ve ni los presiente)
piden que se eleven oraciones a una virgen insulsa y desgreñada,
piden que estallen las calles de algodones de azúcar
y niñeces encendidas y asombradas
(el oso tranquiliza sus hambres en la carne dulce de un hombre,
el león espera tras la cortina que una mujer rosa termine de bañarse)
los cirqueros agitan sus collares, sus sogas, sus carros y campanas,
mudan de colores, de idioma, de borracheras tristes.
Cuando se van del Pueblo, un enmudecimiento insólito.
Y dos o tres ausencias inexplicables.
Y la basura de los días brillando al sol.
Y una felicidad que nos rodeaba, se derrumba desde abajo,
prodigiosamente, desde una raíz,
que no sabíamos que existiera.

viernes, noviembre 24, 2006

Las preguntas del mal clima.



1- ¿Porqué nadie enseña que la única defensa de las criaturas más hermosas, es su transparencia e invisibilidad?
2- ¿Dónde habrán quedado los juguetes que perdimos? ¿Podría hacer una lista minuciosa?
3- Si la cantidad de agujeros de un zapato muy usado, es directamente proporcional al amor que se le tiene, ¿porqué huimos de las personas un poco rotas de tristeza?
4- ¿Cambiaría su oficio por el de trapecista? ¿Acaso el vértigo no es una cuestión de perspectivas?
5- ¿Quién inventó la palabra locura para condenar los actos más nobles y humanos de nuestra especie?
6- ¿Recuerda si alguna vez sufrió mareos al mirar los ojos de alguien? ¿No es verdad que tenían algo de muerte o de abismo?
7- ¿Llora, ud., en los colectivos, cuando apagan las luces, y puede recostar la cabeza en los vidrios? ¿No le parece que toda oscuridad es, en el fondo, una madre?
8- Si tuviera que hablarle a un chino o a un ruso de la ausencia, ¿qué señalaría?
9- ¿Recuerda su primer recuerdo, o recuerda sólo lo que ha imaginado que debería ser?
10- ¿Hubo en su escuela algún niño lleno de mocos que comiera plasticola y crayones? ¿Cómo se llamaba?
11- ¿Piensa a menudo en la infinita cantidad de caminos que no va a recorrer nunca? ¿Le duele eso, o cree que no tendría sentido habitar un mundo sin misterios?
12- ¿Huele los libros viejos y amarillos? ¿Le recuerdan a violines, a caramelos, o a pájaros?
13- ¿No se le ocurre que Whitman tenía razón al decir que un ratón es un milagro suficiente para convertir a seis trillones de infieles?
14- ¿Sabe que el mundo, y la tierra, y el cosmos han trabajado miles de millones de años, sólo para que ud. naciera? ¿Sabe que es el resultado de una infinita cadena de amor, fricción, uniones?
15- ¿A qué cosas renunciaría?
16- ¿Sueña algunas veces con tigres o escaleras? ¿Con puentes, con sangre, con caballos?

jueves, noviembre 16, 2006

Fragmento de 'El amante de la China del Norte'-Marguerite Duras.


Muchos años después de la guerra, el hambre, los muertos, los campos, los matrimonios, las separaciones, los divorcios, los libros, la política, el comunismo, él había llamado. Soy yo. Por la voz, ella lo había reconocido. Soy yo. Sólo quería oír su voz. Ella había dicho: Buenos días. El tenía miedo como antes, de todo. Su voz había temblado, es entonces cuando ella reconoció el acento de la China del Norte.
El había dicho algo sobre el hermano pequeño que ella no sabía: que nunca habían encontrado su cuerpo, que había quedado sin sepultura. Ella no había contestado. El había preguntado si ella estaba todavía allí, ella había dicho que sí, que esperaba a que él hablara. El había dicho que había abandonado Sadec por los estudios de sus hijos, pero que volvería más tarde porque era sólo allí donde tenía ganas de volver.
Es ella quien había preguntado por Thanh, qué se había hecho de él. El había dicho que nunca había tenido noticias de Thanh. Ella había preguntado: ¿nunca ninguna? El había dicho, nunca. Ella había preguntado qué pensaba él de eso. El había dicho que, según él, Thanh había querido reencontrar a su familia en la selva del Siam y que había debido de perderse y morir allá, en aquella selva.
El había dicho que para él, era curioso hasta qué punto, su historia había quedado como era antes, que todavía la quería, que nunca podría en toda su vida dejar de quererla. Que la querría hasta la muerte.
El había oído su llanto al teléfono.
Y luego desde más lejos, desde su habitación sin duda, ella no había colgado, él había seguido escuchándolo. Y luego había intentado oír más. Ella ya no estaba allí. Se había vuelto invisible, inalcanzable. Y él había llorado. Muy fuerte. Con la más fuerte de sus fuerzas.

viernes, noviembre 10, 2006

Poema número 10 para bebé Genaro

de cuál lluvia, nos lloveremos ahora,
de cuál tigre nos mancharemos,
nos desgarraremos,
nos africaremos,
de cuál soledad nos volveremos prójimos
próximos, cercanos,
de cuál noche nos desapareceremos,
nos oscureceremos por dentro,
nos cercaremos,
nos llenaremos de gatos,
de cuál mujer nos naceremos
de cuál vuelo nos romperemos el hueso del ala,
de cuál Ícaro perderemos la fe en el vuelo
de cuál Stradivarius nos violinizaremos
de cuál París nos entristeceremos ahora
cariño mío
palabra
hermoso factum acontecido a dos pulgadas de mi mano
animalito, semillita de sésamo,
luminoso, arcillita moldeada,
de qué amor nos moriremos
de qué sed nos agarraremos ahora a la hora del aljibe
cuando salgas a beberte las estrellas
y se te caigan
y te caigas
y te bebas hasta la miel más oscura de las tortugas de agua
hasta sus médulas inimaginables
hasta su encantada boca,
hasta sus no-dientes
decime, carocito de durazno, archipiélago,
de qué ruta nos perderemos
de qué sandía saldrá el rojo crujido de dientes
que anticipe nuestros propios ruidos al morirnos
de qué nido nos dormiremos
de qué fábrica de carbón ennegreceremos hasta ser
hasta no ser
hasta ser a veces una mancha,
una llamarada,
una llamita,
¿eh, mi colchita?
abrí la boca de turpial,
de mes de setiembre a la hora de la siesta
abrila y decime las verdades con que cuento,
reyecito, cariño, príncipe sapo,
hormiguita de mi hogar,
lloveme que rompí la casa de mi cordura para eso,
lloveme, ternura,
que ando quitándole ladrillos al tejado,
lloveme, mirame, hermosa psicodelia de Dios,
de dónde ángeles me llegan tus ojos
de cuál serenidad,
de dónde, florcita de zapallo,
me sale todo esto
de vos de vos bebé
zapatito de charol,
muñeco, alambrito de cobre,
terrón de azúcar,
niño.

martes, noviembre 07, 2006

Cuestiones de poder -Improvisación n° 2-



i.
El silencio es un caballo. Ese caballo. El negro.
Corre alrededor nuestro.
No soy su centro, su eje, su picota, su axis mundi.
Soy lo que soy:
una mujer con un miedo terrible
a verle los ojos,
a dejarme golpear la frente,
a asumir la violencia de toda esa sedosidad junta.

ii.
Una mujer. Eso es bastante poco.
Bastante precario. Como cuando se quema azúcar
para evitar la pestilencia del muerto.

Así la mujer: pasa, con su aroma
de azúcar,
con su muy poco de origami,
con su a veces de sangre,
y deja un rastro, una huella,
la marca de una mano mojada en la mesa.

A veces ni eso.
Y se esfuma.
Eso es lo suyo.

iii
¿Y qué habrá de mí si no quiero?
¿Qué, si decido ponerme los ojos de mi padre,
usar como un traje sus pantalones, su sexo, su tos,
su látigo, sus costumbres de perro?

¿Ardería?
¿Encendería mi superficie poderosa
hasta encontrarme yo debajo?
¿Mataría al disfraz, al payaso,
al delincuente?
¿Me acomodaría otra vez al silencio?
¿De verdad?


domingo, noviembre 05, 2006

Resistencia (improvisación de Domingo)



Hace mucho, todo era más simple:
conocíamos el árbol final donde anudar nuestra horca,
nuestro cuello cabía perfectamente,
el lazo era, por decirlo así,
de una suavidad extrema,
casi una joya,
y lo demás,
que se ordenaba en la última mirada
era simple, como deben serlo las cosas finales.

Resumiendo: estaba todo dicho,
todo predispuesto para el salto.

Pero entonces, acontece un día de duda,
llega con el vino
con la mansedumbre de la lluvia,
con los discos de Vinicius
y el claro pozo de certidumbres,
se vuelve confuso,
y miramos al patio, a la horca en el árbol,
y el tiempo pasa,
y las sogas se pudren a causa de la humedad
de los hongos, o los hermosos gatos negros
que van a rasguñarla,
y nos dejamos vivir,
nos perdonamos
(no sé porqué)
otro día más.

viernes, noviembre 03, 2006

Altazor- Prefacio- Vicente Huidobro.


Nací a los treinta y tres años, el día de la muerte de Cristo; nací en el Equinoccio, bajo las hortensias y los aeroplanos del calor.
Tenía yo un profundo mirar de pichón, de túnel y de automóvil sentimental.
Lanzaba suspiros de acróbata.
Mi padre era ciego y sus manos eran más admirables que la noche.
Amo la noche, sombrero de todos los días.
La noche, la noche del día, del día al día siguiente.
Mi madre hablaba como la aurora y como los dirigibles que van a caer.
Tenía cabellos color de bandera y ojos llenos de navíos lejanos.
Una tarde, cogí mi paracaídas y dije: «Entre una estrella y dos golondrinas.» He aquí la muerte que se acerca como la tierra al globo que cae.
Mi madre bordaba lágrimas desiertas en los primeros arcoiris.
Y ahora mi paracaídas cae de sueño en sueño por los espacios de la muerte.
El primer día encontré un pájaro desconocido que me dijo: «Si yo fuese dromedario no tendría sed. ¿Qué hora es?» Bebió las gotas de rocío de mis cabellos, me lanzó tres miradas y media y se alejó diciendo: «Adiós» con su pañuelo soberbio.
Hacia las dos aquel día, encontré un precioso aeroplano, lleno de escamas y caracoles. Buscaba un rincón del cielo donde guarecerse de la lluvia.
Allá lejos, todos los barcos anclados, en la tinta de la aurora. De pronto, comenzaron a desprenderse, uno a uno, arrastrando como pabellón jirones de aurora incontestable.
Junto con marcharse los últimos, la aurora desapareció tras algunas olas desmesuradamente infladas.
Entonces oí hablar al Creador, sin nombre, que es un simple hueco en el vacío, hermoso, como un ombligo. «Hice un gran ruido y este ruido formó el océano y las olas del océano.»Este ruido irá siempre pegado a las olas del mar y las olas del mar irán siempre pegadas a él, como los sellos en las tarjetas postales.
»Después tejí un largo bramante de rayos luminosos para coser los días uno a uno; los días que tienen un oriente legítimo y reconstituido, pero indiscutible.
»Después tracé la geografía de la tierra y las líneas de la mano. »Después bebí un poco de cognac (a causa de la hidrografía).
»Después creé la boca y los labios de la boca, para aprisionar las sonrisas equívocas y los dientes de la boca, para vigilar las groserías que nos vienen a la boca.
»Creé la lengua de la boca que los hombres desviaron de su rol, haciéndola aprender a hablar... a ella, ella, la bella nadadora, desviada para siempre de su rol acuático y puramente acariciador.»
Mi paracaídas empezó a caer vertiginosamente. Tal es la fuerza de atracción de la muerte y del sepulcro abierto.
Podéis creerlo, la tumba tiene más poder que los ojos de la amada. La tumba abierta con todos sus imanes. Y esto te lo digo a ti, a ti que cuando sonríes haces pensar en el comienzo del mundo.
Mi paracaídas se enredó en una estrella apagada que seguía su órbita concienzudamente, como si ignorara la inutilidad de sus esfuerzos.
Y aprovechando este reposo bien ganado, comencé a llenar con profundos pensamientos las casillas de mi tablero:
«Los verdaderos poemas son incendios.
La poesía se propaga por todas partes, iluminando sus consumaciones con estremecimientos de placer o de agonía.
»Se debe escribir en una lengua que no sea materna.
»Los cuatro puntos cardinales son tres: el sur y el norte.
»Un poema es una cosa que será.
»Un poema es una cosa que nunca es, pero que debiera ser.
»Un poema es una cosa que nunca ha sido, que nunca podrá ser.
»Huye del sublime externo, si no quieres morir aplastado por el viento.
»Si yo no hiciera al menos una locura por año, me volvería loco.»
Tomo mi paracaídas, y del borde de mi estrella en marcha me lanzo a la atmósfera del último suspiro.
Ruedo interminablemente sobre las rocas de los sueños, ruedo entre las nubes de la muerte.
Encuentro a la Virgen sentada en una rosa, y me dice:
»Mira mis manos: son transparentes como las bombillas eléctricas.¿Ves los filamentos de donde corre la sangre de mi luz intacta?
»Mira mi aureola. Tiene algunas saltaduras, lo que prueba mi ancianidad.
»Soy la Virgen, la Virgen sin mancha de tinta humana, la única que no lo sea a medias, y soy la capitana de las otras once mil que estaban en verdad demasiado restauradas.
»Hablo una lengua que llena los corazones según la ley de las nubes comunicantes.
»Digo siempre adiós, y me quedo.
»Ámame, hijo mío, pues adoro tu poesía y te enseñaré proezas aéreas.
»Tengo tanta necesidad de ternura, besa mis cabellos, los he lavado esta mañana en las nubes del alba y ahora quiero dormirme sobre el colchón de la neblina intermitente.
»Mis miradas son un alambre en el horizonte para el descanso de las golondrinas.
»Ámame.»
Me puse de rodillas en el espacio circular y la Virgen se elevó y vino a sentarse en mi paracaídas. Me dormí y recité entonces mis más hermosos poemas.
Las llamas de mi poesía secaron los cabellos de la Virgen, que me dijo gracias y se alejó, sentada sobre su rosa blanda.
Y heme aquí, solo, como el pequeño huérfano de los naufragios anónimos.
Ah, qué hermoso..., qué hermoso.
Veo las montañas, los ríos, las selvas, el mar, los barcos, las flores y los caracoles.
Veo la noche y el día y el eje en que se juntan.
Ah, ah, soy Altazor, el gran poeta, sin caballo que coma alpiste, ni caliente su garganta con claro de luna, sino con mi pequeño paracaídas como un quitasol sobre los planetas.
De cada gota del sudor de mi frente hice nacer astros, que os dejo la tarea de bautizar como a botellas de vino.
Lo veo todo, tengo mi cerebro forjado en lenguas de profeta.
La montaña es el suspiro de Dios, ascendiendo en termómetro hinchado hasta tocar los pies de la amada. Aquél que todo lo ha visto, que conoce todos los secretos sin ser Walt Whitman, pues jamás he tenido una barba blanca como las bellas enfermeras y los arroyos helados.
Aquél que oye durante la noche los martillos de los monederos falsos, que son solamente astrónomos activos. Aquél que bebe el vaso caliente de la sabiduría después del diluvio obedeciendo a las palomas y que conoce la ruta de la fatiga, la estela hirviente que dejan los barcos.
Aquél que conoce los almacenes de recuerdos y de bellas estaciones olvidadas.
Él, el pastor de aeroplanos, el conductor de las noches extraviadas y de los ponientes amaestrados hacia los polos únicos.
Su queja es semejante a una red parpadeante de aerolitos sin testigo.
El día se levanta en su corazón y él baja los párpados para hacer la noche del reposo agrícola.
Lava sus manos en la mirada de Dios, y peina su cabellera como la luz y la cosecha de esas flacas espigas de la lluvia satisfecha.
Los gritos se alejan como un rebaño sobre las lomas cuando las estrellas duermen después de una noche de trabajo continuo.
El hermoso cazador frente al bebedero celeste para los pájaros sin corazón.
Sé triste tal cual las gacelas ante el infinito y los meteoros, tal cual los desiertos sin mirajes.
Hasta la llegada de una boca hinchada de besos para la vendimia del destierro.
Sé triste, pues ella te espera en un rincón de este año que pasa.
Está quizá al extremo de tu canción próxima y será bella como la cascada en libertad y rica como la línea ecuatorial.
Sé triste, más triste que la rosa, la bella jaula de nuestras miradas y de las abejas sin experiencia.
La vida es un viaje en paracaídas y no lo que tú quieres creer.
Vamos cayendo, cayendo de nuestro cenit a nuestro nadir y dejamos el aire manchado de sangre para que se envenenen los que vengan mañana a respirarlo.
Adentro de ti mismo, fuera de ti mismo, caerás del cenit al nadir porque ése es tu destino, tu miserable destino. Y mientras de más alto caigas, más alto será el rebote, más larga tu duración en la memoria de la piedra. Hemos saltado del vientre de nuestra madre o del borde de una estrella y vamos cayendo.
Ah mi paracaídas, la única rosa perfumada de la atmósfera, la rosa de la muerte, despeñada entre los astros de la muerte.
¿Habéis oído? Ese es el ruido siniestro de los pechos cerrados.
Abre la puerta de tu alma y sal a respirar al lado afuera.
Puedes abrir con un suspiro la puerta que haya cerrado el huracán.
Hombre, he ahí tu paracaídas maravilloso como el vértigo.
Poeta, he ahí tu paracaídas, maravilloso como el imán del abismo.
Mago, he ahí tu paracaídas que una palabra tuya puede convertir en un parasubidas maravilloso como el relámpago que quisiera cegar al creador.
¿Qué esperas?
Mas he ahí el secreto del Tenebroso que olvidó sonreír.
Y el paracaídas aguarda amarrado a la puerta como el caballo de la fuga interminable.