domingo, noviembre 26, 2006

Poemario 'Unidad de lugar'


1-
El silencio me ahorca.
Tiene una cuerda tensa por donde levitan las hormigas.
Vos, al otro extremo de mi garganta,
tensando la soga según la abertura de mi boca.
2-
Instrucciones para suicidarse:
Pinte una mujer así de grave,
así de puta, así de etérea.
Enséñele a gritar, a decir barbaridades,
a usar rouge y comer manzanas.
Queme el cuadro en el patio,
donde a veces bajan algunos ángeles,
ahí, junto al limonero.
3-
El pueblo, sabemos, se magnifica por la tarde, con ese color a venganza.
Es la hora en que los caballos explotan en las plazas,
cuando muerden, cuando se inseminan, cuando se expanden.
Se dan de bruces contra las puertas cerradas,
juegan el juego inmenso, infinito y circular de perseguirse
y de arrancarle los huevos azules a las urracas,
con un gemido que las confunde.
El pueblo tiene un corazón de caballos.
4-
Están los niños del hambre por la segunda avenida.
Son un suspiro, un debilitamiento,
son casi un par de ojos bebiendo del pezón del aire.
5-
¿Dónde ocurrió el primer blanco?
-Aquí- dice Juana, y muestra sus pechos.
6-
En la caramelería se tiene sexo bestial.
Sobre las mesas, embebidos en melaza y celofán,
los hombres acostumbran a gemir.
Las mariposas chillan y les arrebatan el sudor de la entrepierna.
Allí nunca hay suficiente aire para nadie.
7-
Han pisoteado tantas amapolas, y tantos gladiolos, y tantas, tantas rosas
que todos dicen: -Aquí ha muerto un pedazo de Dios.
8-
No tengo más palabras.
No tengo más deseos.
Tengo sólo este muñón sangrante que gotea,
y gotea,
y gotea,
sobre el papel blanco.
(Algún día, la biblioteca que escribo, se acabará)
9-
Esto es un sueño:
En el mismo recinto, me persiguen las abejas,
en vuelo circular y atenazante.
Esta zona tiene esa fauna infernal,
breve, díscola, dorada, musical.
No soy Francesa da Rímini,
pero no estoy exenta de la lujuria.
10-
Cruzo la puerta.
Desciendo un círculo.
Observo el cuerpo elevado de las flores matinales:
como con cintura de mujer y lazos,
como con algunas invisibilidades masculinas
haciéndoles estremecer los tallos.
11-
Hacia abajo, los cerdos.
Son los potreros inundados,
los charcos florecidos de moscas verdes,
el revolcódromo de la carne fofa
que
cae
con sus dientes sobre las raíces de las magnolias
y unos cuantos gusanos deliciosos.
12-
El agujero de la bala en la cabeza del suicida
es un espacio atroz y maravilloso.
Por ese túnel desciende la luz del mediodía
y los pájaros le anidan,
como sin vértigo,
casi desabismados,
entre el ojo izquierdo que está cerrado
y el ojo derecho que apunta a la mujer desnuda.
13-
Entre aquella estatua y la fuente,
un diablo blanco y fugaz cruza llevando a un niño en brazos.
Lo amamanta con lúgubres delicias,
y luego lo lleva a su nido y le habla del Mal.
(De los hombres murmura cosas con pena y vergüenza)
14-
La lluvia crea zanjas de ausencia, en la zona.
Quien se cae allí, muere.
Quien se cae allí, florece a la primavera siguiente.
Silban, las almas encajonadas,
o se reconocen en el murmullo del viento.
Mandan grillos con mensajes crípticos, en ocasiones, veraces.
Por eso es tan triste la lluvia,
por eso es tan fuerte el llanto de las madres que pierden a los niños,
en los campos llenos de barro y corderos.
15-
"Rainer, quiero encontrarme contigo [...], quiero dormir junto a ti, adormecerme y dormir [...] Simplemente dormir. Y nada más. No, algo más: hundir la cabeza en tu hombro izquierdo y abandonar mi mano sobre tu hombro izquierdo, y nada más. No, algo más: aun en el sueño más profundo, saber que eres tú. Y más aún: oír el sonido de tu corazón. Y besarlo".
(Carta de Marina Tsvetaeva a Rainer M. Rilke)

- Marina, ¿qué buscas aquí?-
- Busco –me dijo- el hombro izquierdo de Rainer.
- Vino la Venus de Milo, tan rodeada de flores, y de gaviotas,
y se lo llevó para sí.
Pero te dejó su corazón, el corazón de Rainer.
- Solo buscaba su hombro, el izquierdo.
El corazón de los hombres no me sirve ya para nada.
- Eso es una verdad tan redonda como tus ojos.
Y el doble de clara.
Y absoluta.
16-
No he visto un automóvil en años.
La ruta se ha secado de pronto, un buen día,
como a las cinco y media de la tarde.
El último cacharro, rojo, detenido en el tiempo,
sirve para que las larvas de las mariposas retocen.
Algunas son peludas y ambiguas.
otras pálidas y finas,
como un retrato de Erzsébeth Bathory.
En el reverso de las alas, sin embargo,
tienen dibujos sacros,
y cantan melodías aprendidas en los barrios bajos,
al amparo de las lámparas de aceite.
17-
Salvo por la hidra que emerge por las noches,
los adolescentes consiguen amarse en el lago.
Y se preñan de pequeños dragones transparentes.
Y se preñan de niños con ojos espejados en el agua.
Otros hombres paren mujeres con cinturas de Afrodita.
En el agua quedan flotando sus transparencias,
algunas venas azules,
un sabor a castidad perdida y ultrajada.
El pueblo bebe un cáliz de alucinaciones medioevales.
18-
¡Cuánta beldad gris y eléctrica nos deparan las antenas!
Por la noche, disparan unos rayos azulinos,
cuando las palomas no alcanzan a predecirlas,
y se desploman, calcinadas y amargas,
sobre la calle.
Los ojos secos, son círculos concéntricos,
donde se adivina el camino hacia el Infierno.
19-
Una sola vez al año, se incendian las iglesias.
Se limpian de nidos, de aureolas, de oro,
de peregrinos, de jaulas con santos olorosos a nardo.
Algún Cristo embrutecido por las crucifixiones,
comienza a perseguir a las vírgenes griegas,
para hacerlas levitar en un acto inacabable y místico.
De la sombra de las alas, les acomete una luz impredecible.
Ellas temen y gozan y rasguñan los pilares de agua bendita.
Cuando comienza a abrírseles una brecha de cielo,
gritan de un placer desconocido en sus lenguas paganas.
No dan tiempo a que se abran las flores:
se elevan con las manos muy abiertas,
flotan estremecidas, impúdicas.
Comienzan a ponerse la piel de una eternidad salvaje y rigurosa.
20-
En la ferocidad de las músicas, todos participan:
cristales rotos,
relojerías infinitas,
cajas musicales,
niños agitando las cadenas
que los sostienen, intactos, a los pechos de sus madres,
breves ebulliciones de los caldos hirviendo,
partos con melopeyas de nacimiento,
sandías rajándose como corazones,
el ruido terso y sedoso de un himen,
las azadas,
los insectos sobre sí, y sobre las mazorcas,
fantasmas acuñados en las casas viejas,
monedas, timbres, ventanas.
21-
Soy un hospital blanco, y a veces, una alberca,
donde van a recalar los nombres de los hombres que mueren.
Amé a dos o tres de ellos.
Los amé por los cabellos,
por las hendiduras atónitas de sus ombligos
(por donde vuelven algún día a la mujer primera)
los amé por los ojos que serán habitaciones de gusanos,
los amé de a partes, fragmentándolos,
de a pedazos, como se come,
porque no me cabían en la boca.
Los amé con respiración de venganza y de locura,
quise escalarlos, manosearlos, prenderles fuego,
pero la noche es la noche, siempre es la noche,
y un día llega,
y los muere, a todos, a todos ellos,
y los muere inevitablemente,
aunque yo, en locuras de no-madre,
los vuelva al útero y los embellezca de ojos nuevos y lúcidos.
22-
En los campos arados, los monstruos capitales siembran.
Les brota arroz, y unas sementeras largas y emplumadas,
que se elevan confundiéndose,
adhiriéndose en hermandades dulces y desalineadas,
a los tobillos de los paseantes.
Entonces van los monstruos capitales y les arrancan la piel a las uvas,
y les hacen cosquillas en las raíces, con los dedos,
para que ofrezcan jugos serenísimos,
de esos que se cristalizan en el corazón,
y se evaporan, luego,
cuando se abren los dientes para besar.
23-
Algunas niñas van a la escuela con trenzas de agua y mazapán.
Son gráciles como un Paraíso en construcción,
y se doran al sol como pequeños lagartos dorados.
Desde las ventanas, en las siestas de coser y bordar,
se descuelgan como enredaderas.
Desde atrás de los árboles, los diablos infantes, esperan:
ellas van hasta ellos, les peinan las alas,
les tocan, riendo, el nacimiento de las pezuñas,
y se dejan atrapar y morder en las espaldas.
Cuando cesan las tardes, y encuentran sus reflejos sudorosos y casi inmorales,
vuelven a sus hábitos, esconden las mordidas con vestidos vaporosos,
estudian las tablas del uno al diez,
y lanzan a sus madres miradas de candor y virginidades tranquilas.
24-
En ocasiones, nos acontece el silencio.
Amanecemos con las bocas cosidas,
y nos acomete una turbia desesperanza de animal,
un inesperado miedo a la muerte sin gritos.
25-
De las partes celestiales, se puede decir esto:
el amor es un trastorno, un atrevimiento
y cuando amo, digo que me gustan los ángeles redondos con culos de pera,
tensos, contra la luz y el aire, como una bola de estambre,
preguntando cuándo mutará nuevamente, la zona,
y barrerá con ellos,
hacia lugares salvajes,
y se llevará sus iridiscencias,
sus castidades,
la grácil forma de mirar,
ese perfume a desamparo que suelen dejar en los rincones.
26-
Los hombres traen sus circos,
los clavan en la tierra negra,
piden agua, piden carbón, piden pan para sus bocas desdentadas,
piden talco para las manos de los trapecistas,
(los animales se devoran, uno a uno, con placer,
en las jaulas)
piden a gritos que se los escuche, que se los mire con detenimiento y ardor,
(el oso abre la jaula,
el león abre la jaula,
nadie los ve ni los presiente)
piden que se eleven oraciones a una virgen insulsa y desgreñada,
piden que estallen las calles de algodones de azúcar
y niñeces encendidas y asombradas
(el oso tranquiliza sus hambres en la carne dulce de un hombre,
el león espera tras la cortina que una mujer rosa termine de bañarse)
los cirqueros agitan sus collares, sus sogas, sus carros y campanas,
mudan de colores, de idioma, de borracheras tristes.
Cuando se van del Pueblo, un enmudecimiento insólito.
Y dos o tres ausencias inexplicables.
Y la basura de los días brillando al sol.
Y una felicidad que nos rodeaba, se derrumba desde abajo,
prodigiosamente, desde una raíz,
que no sabíamos que existiera.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

He quedada encantado con sus letras, un placer de verdad, mucha melancolia y tristesa controlada. Saludos!!

un gusto pasar a este blog!

Anónimo dijo...

Cualquier incauto diría que es un pueblo fumado. Cuanto flash (diría el mismo incauto). Cuanta riqueza en cada renglón....ojalá pudiera leer todo lo que encierran.

Elena dijo...

Angelandrito: Yo espero que, al contrario de lo que ud. me dice, nunca pueda controlar mi tristeza. No me resulta una idea ....feliz.
Saludos.

Elena dijo...

Quizá el problema, mi querido Bandini, no sea lo poco que encierran, sino lo mucho que dejan al descubierto. Cuando lo escribí, fue como estar sacándome capas y capas de piel, y quedarme a la mitad de la nada, viendo cómo el mundo florecía rabiosamente por todos lados.
Sé que podés verlo, leerlo, palparlo. Esas posibilidades, alejan al escritor de la soledad.
Un abrazo.