jueves, mayo 29, 2008

Las puertas del cielo


Tanto como fuiste mío, curiosa la crepitación que le daba el parlante a la voz de Anita, otra vez los bailarines se inmovilizaban (siempre moviéndose) y Celina que estaba sobre la derecha, saliendo del humo y girando obediente a la presión de su compañero, quedó un momento de perfil a mí, después de espaldas, el otro perfil, y alzó la cara para oír la música. Yo digo: Celina; pero entonces fue más bien saber sin comprender, Celina ahí sin estar, claro, cómo comprender eso en el momento. La mesa tembló de golpe, yo sabía que era el brazo de Mauro que temblaba, o el mío, pero no teníamos miedo, eso estaba más cerca del espanto y la alegría y el estómago. En realidad era estúpido, un sentimiento de cosa aparte que no nos dejaba salir, recobrarnos. Celina seguía siempre ahí sin vernos, bebiendo el tango con toda la cara que una luz amarilla de humo desdecía y alteraba. Cualquiera de las negras podría haberse parecido más a Celina que ella en ese momento, la felicidad la transformaba de un modo atroz, yo no hubiese podido tolerar a Celina como la veía en ese momento y ese tango. Me quedó inteligencia para medir la devastación de su felicidad, su cara arrobada y estúpida en el paraíso al fin logrado; así pudo ser ella en lo de Kasidis de no existir el trabajo y los clientes. Nada la ataba ahora en su cielo sólo de ella, se daba con toda la piel a la dicha y entraba otra vez en el orden donde Mauro no podía seguirla. Era su duro cielo conquistado, su tango vuelto a tocar para ella sola y sus iguales, hasta el aplauso de vidrios rotos que cerró el refrán de Anita, Celina de espaldas, Celina de perfil, otras parejas contra ella y el humo.
No quise mirar a Mauro, ahora yo me rehacía y mi notorio cinismo apilaba comportamientos a todo vapor. Todo dependía de cómo entrara él en la cosa, de manera que me quedé como estaba, estudiando la pista que se vaciaba poco a poco.
-¿Vos te fijaste? -dijo Mauro.
-Sí.
-¿Vos te fijaste cómo se parecía?
No le contesté, el alivio pesaba más que la lástima. Estaba de este lado, el pobre estaba de este lado y no alcanzaba ya a creer lo que habíamos sabido juntos. Lo vi levantarse y caminar por la pista con paso de borracho, buscando a la mujer que se parecía a Celina. Yo me estuve quieto, fumándome un rubio sin apuro, mirándolo ir y venir sabiendo que perdía su tiempo, que volvería agobiado y sediento sin haber encontrado las puertas del cielo entre ese humo y esa gente.


Julio Cortázar; Bestiario, Buenos Aires, Sudamericana, 1994
Nota: La imagen pertenece a Pablo Velasco.

martes, mayo 27, 2008

Lo viejo.

¿Quién eras, entonces, digamos ...por 1995?

Eras la opera proibita
que las nenitas de mamá
tocábamos
de oído.

domingo, mayo 25, 2008

Cosmogonías.

para Amelia, que pronto va a estar celebrando la vida con los brazos llenos de su recienvenido al mundo...
*
*
*
*
dios se cebaba en el placer
de acariciarse el terso cuero
de olerse el humo agrio de las axilas
de refregar su mundo de cuerpo y de ojos
en las alas insípidas y lustrales
de los ángeles

olfateaba el viento
dormía en las grutas
imaginaba pueblos, banderas,
terrazas,
troya ardiendo
cosas que le quemaban el pulso

un día tuvo un deseo violento:
inventar, de golpe y para siempre
un animal que lo pensase

hágase el mono, dijo
pero los monos sólo se arrancaban los piojos con las uñas
sólo se columpiaban
sólo roían las frutas amargas,
las frutas dulces,
los monos sólo jugaban al sexo
veían arder los cometas
los monos sólo hacían la siesta
se cubrían de los insectos
daban de mamar

hágase el pájaro, dijo
pero los pájaros sólo vivían trastornados de amor
por la luz
sólo cantaban, nadie los veía morir,
sólo sabían ser frágiles y amasar el barro,
sabían vivir con semillas
llenar de fuego el aire

hágase el hombre, la hembra, dijo dios,
con una voz tensa,
fuerte como el vino y los caballos,
brava como el miedo
cuando con el miedo no hay esperanza

pero el hombre y la hembra
sólo sabían hacer
como los monos y
como los pájaros
pasearse por la lluvia,
andar desnudos
e ir de la rama al cielo,
recién despiertos, naciditos,
sin saber qué hacer con el mundo
ni con dios




martes, mayo 20, 2008

ERNESTO CARDENAL Y YO


Iba caminando, sudado y con el pelo pegado
en la cara
cuando vi a Ernesto Cardenal que venía
en dirección contraria
y a modo de saludo le dije:
Padre, en el Reino de los Cielos
que es el comunismo,
¿tienen sitio los homosexuales?
Sí, dijo él.
¿Y los masturbadores impenitentes?
¿Los esclavos del sexo?
¿Los bromistas del sexo?
¿Los sadomasoquistas, las putas, los fanáticos
de los enemas,
los que ya no pueden más, los que de verdad
ya no pueden más?
Y Cardenal dijo sí.
Y yo levanté la vista
y las nubes parecían
sonrisas de gatos levemente rosadas
y los árboles que pespunteaban la colina
(la colina que hemos de subir)
agitaban las ramas.
Los árboles salvajes, como diciendo
algún día, más temprano que tarde, has de venir
a mis brazos gomosos, a mis brazos sarmentosos,
a mis brazos fríos. Una frialdad vegetal
que te erizará los pelos.

martes, mayo 13, 2008

Nazim Hikmet.



/un día me enamoré de un hombre:
era un poeta turco y estaba muerto/
/lo amé por los niños de Diyarbakïr y de Ergani,
porque él los llamó hijos suyos sin conocerlos
y habló cosas sobre su sed y sus enfermedades,
sus miserias
se hizo padre de todo eso/

/eran, como dije, los niños de
Diyarbakïr y de Ergani,
pero podrían haber sido los de Myanmar
los del valle del Chaitén,
o Páolo
que a veces viene a pedirme
frutas, moneditas
o los peluches viejos que guardo
por si algún día tengo hijos
o hijas/

/compré el libro de Nazim
en una tienda de saldos,
era abril y garuaba
yo tenía 19 años
y él ya había muerto en Moscú/