
Hace mucho, todo era más simple:
conocíamos el árbol final donde anudar nuestra horca,
nuestro cuello cabía perfectamente,
el lazo era, por decirlo así,
de una suavidad extrema,
casi una joya,
y lo demás,
que se ordenaba en la última mirada
era simple, como deben serlo las cosas finales.
conocíamos el árbol final donde anudar nuestra horca,
nuestro cuello cabía perfectamente,
el lazo era, por decirlo así,
de una suavidad extrema,
casi una joya,
y lo demás,
que se ordenaba en la última mirada
era simple, como deben serlo las cosas finales.
Resumiendo: estaba todo dicho,
todo predispuesto para el salto.
Pero entonces, acontece un día de duda,
llega con el vino
con la mansedumbre de la lluvia,
con los discos de Vinicius
y el claro pozo de certidumbres,
se vuelve confuso,
y miramos al patio, a la horca en el árbol,
y el tiempo pasa,
y las sogas se pudren a causa de la humedad
de los hongos, o los hermosos gatos negros
que van a rasguñarla,
y nos dejamos vivir,
nos perdonamos
(no sé porqué)
otro día más.
2 comentarios:
creo que en ese simple día más está definido todo el horror que nos provoca el rutinario e irrefrenable paso del tiempo. aunque, pese a todo, el árbol siempre va a estar.
jorge 2021
Pues no es el tempus fugit lo que me preocupa, sino la eternidad que nos prodiga la angustia, entendida como la intensidad, o exacerbación del sentir.
Un abrazo.
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