jueves, noviembre 16, 2006

Fragmento de 'El amante de la China del Norte'-Marguerite Duras.


Muchos años después de la guerra, el hambre, los muertos, los campos, los matrimonios, las separaciones, los divorcios, los libros, la política, el comunismo, él había llamado. Soy yo. Por la voz, ella lo había reconocido. Soy yo. Sólo quería oír su voz. Ella había dicho: Buenos días. El tenía miedo como antes, de todo. Su voz había temblado, es entonces cuando ella reconoció el acento de la China del Norte.
El había dicho algo sobre el hermano pequeño que ella no sabía: que nunca habían encontrado su cuerpo, que había quedado sin sepultura. Ella no había contestado. El había preguntado si ella estaba todavía allí, ella había dicho que sí, que esperaba a que él hablara. El había dicho que había abandonado Sadec por los estudios de sus hijos, pero que volvería más tarde porque era sólo allí donde tenía ganas de volver.
Es ella quien había preguntado por Thanh, qué se había hecho de él. El había dicho que nunca había tenido noticias de Thanh. Ella había preguntado: ¿nunca ninguna? El había dicho, nunca. Ella había preguntado qué pensaba él de eso. El había dicho que, según él, Thanh había querido reencontrar a su familia en la selva del Siam y que había debido de perderse y morir allá, en aquella selva.
El había dicho que para él, era curioso hasta qué punto, su historia había quedado como era antes, que todavía la quería, que nunca podría en toda su vida dejar de quererla. Que la querría hasta la muerte.
El había oído su llanto al teléfono.
Y luego desde más lejos, desde su habitación sin duda, ella no había colgado, él había seguido escuchándolo. Y luego había intentado oír más. Ella ya no estaba allí. Se había vuelto invisible, inalcanzable. Y él había llorado. Muy fuerte. Con la más fuerte de sus fuerzas.

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