lunes, marzo 05, 2007

El paraíso de la desmemoria.


Olvidante y Olvidanta hacían el amor.
Se conocían de noche en el Bar del loco Ávila, Yapeyú al 200.
Ella pasaba con una bolsa de mercadería. De papel, la bolsa, porque ella creía en la ecología.
Adentro de la bolsa, había una caja de leche, unas verduras, media docena de huevos de campo.
Él salía del trabajo a eso de las ocho de la noche, y se volvía caminando por San Martín, que era la calle principal porque le gustaba aspirar el olor de los autos, de los zapatos nuevos que se exponían en la vidriera, del café torrado del Bar Victoria.
A eso de las 8 y 12, se cruzaban.
Olvidante veía venir caminando a Olvidanta, y pensaba: ‘qué hermosa señora’, ‘qué contoneo’, ‘qué par de ojos húmedos’, ‘qué hermoso pendiente’.
Olvidanta veía la mirada, que bajaba, que buscaba, que la apretaba, se le aflojaban un poco las rodillas, un poco la cintura y allá iba, de bruces al suelo.
Olvidante iba corriendo hacia ella, la levantaba, le sacudía las hojas, le ayudaba a recoger la comida y despacito, le preguntaba cerca de la oreja: - ¿Me acompaña a tomar un café?-
-Claro- respondía ella, melindrosa, acelerada, semidesvanecida.
Cuando los veía entrar, el loco Ávila les ponía dos cortados sobre la mesa, dos copas de soda, cuatro sobres de azúcar, y bajaba la luz.
Olvidante y Olvidanta se tomaban los cortados, se hablaban de sus vidas, de sus mascotas, de una tía muerta, de la enfermedad del reuma. Y a medida que la noche avanzaba, les iban entrando ganas de darse un beso en el cuello, de recorrer con la punta de la lengua el seno que se adivinaba bajo la blusa verde, de hacerle un caminito con el dedo por la espalda, contando lunares y cicatrices viejas.
Entonces se lo preguntaban: ¿Vamos a un hotel?
A la mañana siguiente, amanecían en sus camas, solos, un poco aturdidos, felices, sin recordar demasiado nada. Un cosquilleo, una sensación, una caricia que bien podría haberle sucedido a otro, un sueño efímero que no terminaba de armarse, al cual le faltaban caras, un tobillo, olores, carne, materia.
A las 8 de la noche, él salía del trabajo. Ella venía caminando con su bolsa de huevos, berenjenas, apios.
Olvidante veía a Olvidanta, y pensaba lo mismo de lo mismo, y a ella se le aflojaban las piernas y un poco la cintura. Tomaban sus cafés, hacía el amor, se olvidaban de todo.
El eterno retorno.
El mínimo infierno de la desmemoria. O el perdido paraíso.


Nota: La imagen pertenece a Mg Lizi.

3 comentarios:

Pablo Antonio Velasco dijo...

Increíble, L.
Me acordé un poco de Rancio y Rancia. Olvidante y Olvidanta conservan lo romántico, gracias al poder de la desmemoria...el día que recuerden se marchitan.

Pablo Antonio Velasco dijo...

"Se ha guardado su comentario y podrá visualizarse una vez que el propietario del blog lo haya aprobado."

...y también quería expresar lo ortivante que ese cartel me parece.

:P (a ver si este mensaje tb sale)

Anónimo dijo...

Cuánto talento, qué hermoso escrito!
Felicitaciones Lu... es un gusto cruzar palabras con vos en un chat.