sábado, marzo 10, 2007

Lista de pasajeros.

Un hombre que dice: -Quiero ver tus piernas en las alturas de Huangshan. Y agrega: - Nitia, ahora también.
Una mujer que se apoya en la ventana, piensa con detenimiento en la palabra ‘pentagrama’ y comienza una carta. ‘:... éste barco no es grande ni pequeño y se balancea en el mar como ese pez que imaginábamos en el dulce Xanaes....’
Tres hijos de mi vecino, que esperan la declinación del sol, todas las tardes, sobre el barandal del barco.
El caballo blanco con su correspondiente dueño, fiel, atado con un lazo.
Las bailarinas del Club Judío, visiblemente confundidas con el mar verde,
por sus vestidos verdes,
por los verdes ojos,
por esa reminiscencia de la nostalgia con que caminan,
apagadas como las luminarias de la Plaza Italia.
Los hiperconcientes.
Los desesperados.
Los luminosos.
Un hombre que ha tirado al agua todos los libros de Hemingway que llevaba consigo.
Otro, que mira de lejos pero en forma evidente, a la pareja que acaba de sentarse a la mesa. O quizá mire solamente a la mujer, transparente bajo el sol del mediodía.
María, que espera naufragar. Y un desconocido, que espera naufragar con ella.
Unos tigres, enloquecidos por el mareo y el olor a carne que emanan los camarotes.
El insomne que mira las fosforescencias nocturnas, a nivel del agua.
El capitán, que ha olvidado que es capitán, y pregunta qué es esa nave que se desliza sedosamente.
La muerta para quien el trayecto no significa ninguna aventura.
Los que reverencian a la dama de negro.
Los que suben en un puerto y, aterrorizados, se lanzan a los verdosos mares de algas, por temor al Holandés Errante.
Los ladrones de joyas.
Los traficantes de café y orquídeas.
Los temblorosos, que se masturban viendo a las putas nómades cuando se bañan.
Aquellos tres perros afganos, que lloran en sus insomnios de alta mar.
Una sirena, de curvas euclideanas, que se disputa los restos de comida con las gaviotas.
Los polizontes que a las tardes sueñan con Sumatra.
Los peligrosos contra sí mismos.
Los que encienden fogatas para ser salvados por el barco que navega en las aguas de arriba.
Los que creen.
Los que comienzan a morirse de amor sin saberlo.
Yo misma.


Nota: La imagen pertenece a Siri Simonsen.

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