jueves, enero 25, 2007

In-certidumbres.



Ud. cree que yo, que nosotros.
Ud. cree.
Felicidades.
Ábrase, señor muy mío, al mundo.
Cólmese.
Descienda.
Jódase.
Hágase el loco.
Viva y raspe la costra.
Hurgue.
Decodifique.
Meta la cabeza en la sombra,
la mano en el hueco,
la pata en el pozo.
Averigue.
Sáquese las ganas de empezar a ver
lo invisible.
Mire al fantasma a los ojos.
Repte por todos los pasillos.
Ándeme, señor,
el corazón.
Digo, si quiere, si puede.
Si puede perderse, aniquilarse,
ocultarse, mutar en pánico
para –al fin- entender al pánico.
Yo ando diciendo cosas que no sé, ¿sabe?.
Ando –quisquillosa- matándome la cabeza
por decirle que se dice tanto
que una llega al silencio.
Silencio,
note la palabra.
La tonta palabra arbitraria
que le crece al verdadero silencio
como un cáncer medio rarito.
¿Qué tienen en común –piense ud.-
el perro y la soga que lo ata?
Así, yo pienso,
tengo atado a éste perro de tres cabezas.
Lo miro, lo palpo, lo escruto, me imagino cosas.
Como por ejemplo, que el perro es tibio.
Y a veces, también es feroz.
Como por ejemplo, que cuando lo toco,
algo vibra adentro.
Un corazón, un músculo ardoroso,
algo que –se complica-
sigue sin ser el perro.
Como por ejemplo,
que yo lo miro al perro desde mi ventana.
Y cuando salgo al patio,
es otro el perro,
otro el patio,
otra la ventana,
otra yo.
Como por ejemplo,
que una cabeza me lame las heridas,
y que la otra las provoca.
Fíjese en todas estas certidumbres raras.
Fíjese en todo éste no saber nada.
Y sin embargo, ud. cree.
Que yo, que nosotros.
Se agradece, señor,
toda esa fe.
Nota: La imagen pertenece a Michael Meneklis.

1 comentario:

Anónimo dijo...

muy crúdamente rabioso. desacelere. baje un cambio