domingo, julio 02, 2006

El precio del amor -primera versión-




"Proximus a domina, nullo prohibente, sedeto, iunge tuum lateri qua potes usque latus; et bene, quod cogit, si nolis, linea iungi, quod tibi tangenda est lege puella loci."
Ovidio, Ars amatoria, I, 139-142.


(Siéntate al lado de tu dueña, si nadie te lo impide; acerca tu costado al suyo todo lo que puedas, sin miedo, puesto que, aunque tú no quieras, la estrechez de los asientos obliga a juntarse y por imposición del lugar has de rozar a la joven.)



....
A las 11, 50, Julia sube a la Ford amarilla. Dobla desde el patio hacia la fila de olmos, y desde allí toma el camino principal hacia la ruta. En tres ocasiones el motor parece fallar, y en tres ocasiones, la mujer controla el tablero. Siente algunas gotas de transpiración bajándole desde la nunca hacia el borde del pantalón. Es Enero y viaja por un camino amarillo y movido, de guadal. De vez en cuando, el sonido de una mosca que se cuela por las dos ventanillas abiertas.
En ese mismo momento, Fabián Maldonado camina por la banquina de gramilla de la ruta 36. Siente cierto raro ardor bajo los pies. Piensa que son las medias de nylon, o la plantilla desgastada de los zapatos. Reconoce, sin mirar, el olor fuerte y mentolado de la alfalfa y la cebada, y por cada paso que da, se va fijando metas: aquel poste de luz cuya numeración corresponde al 32/18, un cactus que echa flores anaranjadas, el pelaje de un gato muerto. Va cumpliendo sus objetivos minuciosamente, pero el ardor de las plantas aumenta, igual que la sed, y mira hacia atrás a cada rato, esperando que alguien pase.
A Julia le faltan cien metros para llegar a la ruta y desacelera progresivamente, enciende la radio, frena, mira hacia la izquierda, y cuando va a poner primera para ingresar a su carril, el motor se para con unos estertores raros. Tres veces intenta Julia poner en marcha la camioneta y por tres veces, el motor responde con ruidos secos, de sed antigua. Se baja, llama al auxilio, enciende un pucho, y se deja estar. Es una estatua sudada y morena, de senos grandes, que siente cómo el mediodía es capaz de aplastarla, de morirla. Mira la hora, y camina hasta la gruta de Santa María del Rosario. Allí toma agua de la canilla, toca con los dedos el vidrio sucio de velas y se tira en el pasto a descansar unos minutos. No sabe que Maldonado llegará a la ciudad y se irá inevitablemente de su vida. Aunque nunca estuvo. No sabe quién es él, ni porqué nunca lo ha imaginado. Él sí la ha imaginado a ella, de modo tan patente que a veces tiene miedo que aparezca, y por eso apura el paso para que nunca lo alcance. Pero el destino ya hizo eso.

Nota: La imagen pertenece a Nahoj Sennah.


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