jueves, julio 06, 2006

El precio del amor -segunda versión-



...Hoang:
Escucha.../¿En qué otro mundo de cerezas raras/ oí tu voz? ¿En qué planeta lento/ de bronces y de nieve, vi tus ojos/ hace un millón de siglos? ¿Dónde estabas? / Fuiste agua hace mil años. Yo era raíz de rosa, y me regabas... / Fuiste campana de Pagoda, yo era / nervio del ojo que miró a tu bronce./ Nos hemos perseguido /alma con alma, atravesando cuerpos /peregrinos de venas y latidos, / por pieles de animales, por estambres, / escamas, esqueletos cortezas; /por mil cuerpos y sangres diferentes, / alma con alma, cincelando torres /de espíritu con lágrima y sonrisa...
Cui-Ping-Sing; Agustín de Foxá.

...

La gruta de Santa María del Rosario está sobre la autopista 36 desde hace más de ocho décadas. Julia recuerda haber peregrinado desde el pueblo cuando tenía nueve o diez años, con su madre, y algunas vecinas que llevaban pañuelos en la cabeza. Recuerda haber entrado al espacio silencioso, y haber bebido agua helada de la canilla. Recuerda haberse arrodillado sobre la gramilla caliente, por cansancio más que por devoción, y haber seguido el rezo de las viejas por el movimiento de las bocas y las barbillas arrugadas, apretadas, de donde nacían algunos vellos negros y fuertes. Recuerda haber leído cierta serie de obscenidades, en el vidrio que separa la imagen del mundo exterior. Las habían escrito con velas derretidas, con un trazo redondo e infantil. Recuerda los pinos por el olor fuerte, que le entraba al cuerpo y le dejaban una sensación a muerte.
Ahora se le hace tarde y acelera para hacer camino, pero el recuerdo vuelve. Ella cree que los recuerdos son insistentes como una paloma frente a un vidrio. La realidad, apenas insinuada está allí, como una pintura; la paloma querrá entrar y se golpeará, una, dos, tres veces: el vidrio no cederá. Si cede, el recuerdo entra, pero la realidad se destroza, no hay forma de combinar ambos, de establecer una comunión.
Julia siente sed y mira la hora. Es posible que llegue al pueblo antes que cierren los negocios. La ruta es una cinta feroz, de curvas repentinas o pronunciadas. Lejos y cerca, los jornaleros vuelven al pueblo, caminando con cierta pesada indiferencia por la banquina. Todavía no han llegado a la alameda, ni traspasaron el primer cementerio, y la tarde comienza a caerles en el medio del cuerpo, con rayos y vibraciones hostiles. Julia ve que en el grupo que va adelante, uno se rezaga y pone una rodilla en el suelo para acomodarse los zapatos. ‘Una rodilla flaca y huesuda’ se repite Julia, ‘o no, es fuerte, ese hombre es fuerte, pero hay algo en el sol que hace que todos parezcamos fantasmas’. Maldonado desacordona el zapato y ve las ampollas blancas y tibias, casi a reventar, que lo torturan. Siente un ruido, atrás, a motor seco. Debe ser una Ford, piensa. Examina despacio el pie izquierdo mientras el sonido crece y dos o tres insectos verdes o anaranjados comienzan a colarse en su camisa. ‘Deben ser anaranjados, no más, por cómo pican’. Su pie está inflamado, rojo en partes y muy blando y húmedo en la parte de las ampollas. Entretanto, la mujer ve el perro albo cruzado en el medio de la ruta, los ojos muy negros, todo el cuerpo asentado sobre las patas traseras. Julia intenta frenar y el vehículo no responde. Julia cree que el animal se correrá a tiempo, que debe ser de alguno de los jornaleros, y entretanto prueba a encender las luces, a abrir los vidrios, a hacer algo que marque la diferencia entre estar yendo derecho, derecho, hacia el perro albo que, impasible, menea la cola en el medio de la nada y la espera. Y sin embargo, va hacia allá, prodigiosamente, como si de pronto nadie tuviera alma salvo el vehículo, porque Julia ve cómo las cosas se han paralizado, y todo el grupo que ya está a cincuenta metros de ella, se da vuelta y le hace señas con la mano, pero unas señas lentas y pausadas, como si fueran gestos hechos desde la eternidad hacia el tiempo literal, como si ella, que siente el corazón golpeándole entre las costillas, estuviese atrapada en un túnel, o en el cordón umbilical de una madre equivocada. Entonces ve los ojos negros casi tan cerca de ella que parece mentira, y escucha un golpe, un solo golpe seco en donde se mezcla la dureza del hierro contra la dureza o la debilidad de la carne.
La camioneta se ha detenido, todos corren hacia ella y ella sigue allí. Ha recuperado su tiempo, el propio, y escucha los gritos: - Mataron a Maldonado, mataron a Fabián... Julia se baja, ve el hombre tirado en la ruta, la cara con un poco de sangre, pero sólo un poco, el pelo castaño, hacia atrás, los ojos abiertos y claros, sin expresión. Lo mira mientras todos llegan, y tiran sus bolsos, sus azadas, y gritan, gritan mucho, le gritan a ella, le gritan a un tipo de un camión rojo para que pare, para que ayude, para que llame a alguien. Ella lo mira, solamente, observa la muerte en el momento llevárselo sin remedio, observa la diferencia inicial. Piensa que así y todo, es un hombre fuerte. Hermoso, piensa.

Nota: La imagen pertenece a Igor Sokolov.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Dosis sabatiana, me ha parecido, incorporada a un espacio entre indefinido, surrealista y rural. Lo que da un resultado extrañísimo, y a la vez, algo que me engolosina, dije bien, engolosina.
Enchanté, Madame...turrita linda.
Federico.

A modo de post-data podría decir: Forza italia!!