miércoles, julio 19, 2006

El precio del amor -tercera versión-

En la casa siempre faltaba el azúcar. Cuando llegaba la hora del café, y todo estaba dispuesto sobre el mantel de hule, se comenzaba a escuchar el tintineo a cencerro de la cuchara que golpeaba contra la hondura de la azucarera. Primero con suavidad, raspando las orillas con cierto extraño sigilo, para que los demás no advirtieran la ansiedad; luego con pequeños golpecitos hacia el fondo, tratando de hacer caer los restos que se acumulaban en las orillas; con ira, finalmente. El padre sabía que en la casa no había azúcar. Ni en las alacenas, ni en la improvisada despensa, ni en los tarros de leche, pero gustaba de repetir el ritual como un acto de provocación, porque mientras llevaba a cabo estas acciones, miraba de reojo a las mujeres que impávidas tomaban su café con leche y organizaban mentalmente el día: la ropa sucia en el lavadero, la comida de los peones, el olor fuerte de las cebollas en la quinta, los huesos para Galíndez que había que hervir hasta llegar al sancocho. De memoria, cada uno ejecutaba sus pocos y precisos actos cotidianos, porque todos sabían que en eso residía una calma cómplice, y a la vez, imprecisamente traicionera. Porque si bien la rutina proporcionaba cierta sosa tranquilidad, también era cierto que esa misma inalterable serie de actos repetidos era un pequeño y doméstico infierno, un tiempo circular que sólo mostraba sus fisuras cuando la leche hervía de más y se derramaba en la cocina, cuando alguien llegaba a descargar semillas, o porque el sudor salino agujereaba las camisas y entonces había que correr al pueblo a comprar tela y coser dos, tres, cuatro nuevas camisas.
Esa mañana, sin embargo, el padre decidió romper el círculo, porque el grito que resonó en toda la casa no podía ser sino eso: algo que dejaba de ser una unidad, para comenzar a ser una diferencia, un grito que había nacido en un instante como una planta trepadora y había recorrido todas las habitaciones, como una onda expansiva que fuera carcomiendo hasta el más mínimo signo de cotidianeidad: - ¡Mierda! ¿cuándo mierda va a haber azúcar en esta casa?.
Julia escuchó el grito como desde el fondo de un tanque, pero a través de la realidad vidriosa y un poco desfigurada vio las lágrimas de la madre, y alcanzó a medir el tiempo que había pasado desde que le había visto realmente el rostro. No coincidían la piel ajada ni el pelo entrecano, ni ese peinado un poco deshilachado, con la mujer inacabable y tal vez hermosa que conocía de antes. Una desdicha débil y pesada le comenzó en el estómago, y se fue a su cama, a fumar y a pensar. En la habitación de al lado, alguien escuchaba la radio. Nunca lo había conocido, no sabía quien era ni qué olor tenía. Era un peón, sabía por su madre, y sólo podía verle las espaldas a la mañana cuando marchaba al campo de a pie, seguido por dos o tres perros flacos y sucios, y por la noche, a través del agua que corría en el lavadero contiguo, la radio puntualmente encendida, el sonido a huesos de la cama vieja de madera en medio del silencio. De cierta forma, ella siempre había esperado que esa habitación se ocupara con alguien, no importaba demasiado con quién, o porqué, pero desde entonces, contaba con cuidada precisión los días que habían pasado: un año, tres meses, diez días. En ocasiones, cuando nadie la veía, cruzaba la habitación, observaba los zapatos del extraño, la crema de afeitar, la radio vieja y gris sobre la almohada. En ocasiones, también solía robarle un pedazo de jabón, y al bañarse, lo pasaba lentamente por el sexo, como al descuido.

Nota: La imagen pertenece a Pavel Kaplun.



3 comentarios:

Anónimo dijo...

las primeras líneas me recordaron vagamente a aquel emblemático (sé que no quiere mucho a don gabo) coronel que no tenía quien le escribiese. ahora: me gusta la manera conque describe usted la cotidieneidad de los lugares y personas menos favorecidas del mundo rural. hay cosas en ese relato que me parece haber vivido.
pd: ¿el flaco de los perros es el que murió atropellado antes y julia es la que se baña al descuido?

Anónimo dijo...

Me gusta leer, la forma en la cual describis como es el amor...
Besos
msn:guillermo_lewtak@hotmail.com

Anónimo dijo...

Me encanta como escribis.
Si te apatece, agregame al msn: maitena-z91@hotmail.com
Besos