lunes, mayo 15, 2006

Tema de redacción: La muerte.

Gracias a Dios que tenemos la muerte: salva a un pueblo chico del completo mutismo. Con el tema de los muertitos, una va enhebrando su vida, como un rosario. De pronto, estás tomando mate con bizcochos y alguien salta y dice como al descuido: - ¿Sabían quién se murió?-, e inmediatamente aparenta inocencia, pone cara de seriedad y se siente importante. Cuando todos dejamos de masticar y decimos un ‘no’ que según los presentes, varía entre la incredulidad, la interrogación y el asombro, te contestan: -Se murió el chico de la remisería de la terminal-.
Una hace esfuerzos, traga el bizcocho, sorbe fuerte el mate y empieza a sacar el catálogo mental de los taxistas de la zona.
El hombre del flequillo.
El que siempre me llevaba al laburo.
El que tenía esa cicatriz horrenda de una quemadura en la cara.
Nada, nada, es el gordito con un aro. Ese es el muerto, ese y no otro. Enseguida vienen los ‘oh, pobre chico’, ‘tan jovencito’, ‘¿y de qué murió?’. Así des-hilvanamos la vida, que como toda vida, termina en la muerte, que es en sí misma un absurdo. De pronto, a un camionero, se le ocurre invitarlo a Tierra del Fuego, en el trayecto le da un ataque de asma y eso es todo. Muerto. Bien muerto. Un montón de gente juntando dinero para trasladarlo en avión, para trasladar su cuerpo, eso torpe que es la materia pura, sin un atisbo de espíritu. En eso radica lo elemental de la muerte, su falta de complicación: en que es sólo biología, o química, eso que antes éramos en proceso de descomposición, el ciclo natural así en abstracto haciendo de las suyas, mientras los que quedamos de este lado nos maquinamos, y nos hacemos preguntas, teorías, religiones, imperios, inquisiciones.
Creemos estar haciendo un ejercicio de memoria cuando recordamos al muertito, como si en el acto de nombrarlo, le estuviéramos regalando un pedazo de eternidad, como si la palabra fuera al muerto, lo que el cabalista al golem. Creemos resucitarlo un instante, hacerle un acto de justicia a la vida, cuando en realidad recalcamos todo lo efímero que tiene, todo lo triste o lo pequeño que es capaz de contener en sí misma, todo lo inútil.
Y sin embargo, nadie me negará que mientras no nos pasa a nosotros, el mate circula en la mesa, el pan disminuye, y todos los vivos nos sentimos tan lindamente cómplices de seguir de este lado, que gracias a la muerte, nos sonreímos y gozamos de una manera tan atroz, que no podría ser sino humana.


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