sábado, febrero 24, 2007

Recordaciones II.



Le decíamos ‘Chirolita’, no porque él tuviese algo de Gepetto famoso, sino porque tenía una sonrisa eterna adherida a la cara, no sabíamos bien si por un defecto óseo que le impedía la variedad de gestos, o porque en realidad se movía en el mundo con la soltura que sólo pueden tener los locos, ese estar a medias en todos lados: él navegaba a dos aguas entre la lamentable condición de los lúcidos, que llegan profundo en su bucear por la condición humana y vuelven del viaje cagándose de risa, y la locura que se hace de sueños, de retazos de tiempo, de fragmentos realmente vividos que se combina con los imaginados, en un puzzle desquiciado y en ocasiones, hermoso.
Se vestía cada día como el anterior, y no es que este detalle nos transmitiese a todos la certidumbre de su locura, mas bien, era el atuendo lo que lo ponía en una de los lados de la delgada línea que delimita el mundo de los cuerdos: afuera. Sobretodo, bufanda, chaleco, pantalones de gamuza y una gorra idéntica a la del Chavo, conjunto que usaba indiferentemente días de frío intenso, calor abrasador o temporal. Solía pedir en la puerta de la iglesia San Isidro, en el banco Provincia y en la tienda Los Vascos, frente a la plaza San Martín, y lo hacía siempre con una sutileza que emanaba de su condición callejera, de haber estado siempre en todos lados y en ninguno, un gentleman del cirujeo, un acartonado linyera con labia para los negocios: ¿tenés cambio, vos?. Nunca pedía un peso o moneditas, como es lo típico en la realidad más cruda de nuestro país, o en el imaginario galdosiano, no, él quería cambio porque como el significado se construye con lo dicho y con lo que se calla, se sobreentendía que siempre llevaba encima billete grande.
Esta inteligencia del superviviente la había aprendido en la Colonia, de donde se escapaba cada vez que podía ‘porque ahí no hay Dios’, nos decía, refutando milenios completos del dogma de la omnisciencia divina, y poniendo cara de lord se sentaba a fumar sus cigarros armados mientras el mundo hacía y deshacía, mientras las madres parían, las guerras empezaban y terminaban, mientras lo que debía ser o lo que forzadamente era, sucedía, como parte de la trama múltiple, oscura y falaz a la que cada uno de nosotros contribuíamos.
Mientras, Chirolita, sentado al sol en el banco de la plaza, cruzadas las piernas y el cigarrillo en la boca, fumaba, sonreía, y nos dejaba hacer, como si los inocentes o los locos estuviéramos del otro lado. Ese lado donde él no podía, o no quería estar.


Nota: La imagen pertenece a Andrzej Dragan.

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