miércoles, septiembre 27, 2006

La inacabable fe.

Arcadio murió a los 85 años. Y no es un nombre irreal, no. Y no es un personaje inventado. Tampoco. Vivía a unas diez cuadras de mi casa, en la misma casa que compró cuando se casó, y que se fue ampliando conforme le nacían los hijos, los nietos, las otras ramas de las que no recordaba el nombre, ni la filiación.
En las tardes de verano, al frente de una hilera de moras, se sentaba a matear, en medio de una nube de moscas y tierra, en medio de los pensamientos recurrentes que un viejo debe tener. Su lugar era una esquina de la periferia de un pueblo como éste, perdido en el interior del interior, digamos, en la nada misma, alrededor de la cual gira el mundo de los posibles.
Apenas veía, en medio del calor y la polvareda, que alguien pasaba caminando, le ofrecía un mate, un cigarrillo, una anécdota, de esas inútiles y deformadas, por lo repetidas, o por cierto hábito travieso del narrador, que va agregando detalles y peripecias, conforme la memoria va despojando al hecho de lo accesorio, y la sublimación consigue héroes o mártires, allí donde residía el hombre común. Cuando yo lo conocí, le faltaba poco para morirse, pero yo no lo sabía, y él tampoco. Aún así, por lo viejo y por sus movimientos de pájaro flaco caído en desgracia, ya pensábamos en él como se piensa en las cosas o en las personas ausentes, con el gesto de la tristeza, con un poco de resignación, con otro poco de dulzura. Él construía una bicicleta de tres ruedas, que desarmaba y volvía a armar, porque no le encontraba el defecto, o porque quizás, el defecto no existía, o tal vez, porque veía en el fin del trabajo algo irremediable que lo atraía como un abismo. Cuando le preguntábamos para qué era la bicicleta, Arcadio nos miraba muy sorprendido, como si por primera vez hubiera tenido tiempo para esos cuestionamientos inútiles y contestaba:
-Para cuando sea viejo.

2 comentarios:

Pablo Antonio Velasco dijo...

Se imaginaba al más allá como un lugar poco asfaltado, con cascotes y adoquines...se ve. Arcadio y la tricicleta del viejo.

Elena dijo...

Un caso aparte, en verdad, don Arca. Lo adoraba.
Un beso, ameba despatarrada.